sábado, 2 de mayo de 2009

Star Trek: La Saga de Spock

STAR TREK
LA SAGA DE SPOCK


Capítulo 1
Batalla final


- Capitán, nuestras defensas están bajando
- Me doy cuenta de ello, señor Spock... ¡Scotty, dime que puedes arreglarlo!
- ¡Los motores saltarán si lo intento! ¡No puedo darle más potencia!
- Maldita sea, no puedo acabar así.
- ¡Pájaro de presa virando! ¡Nos tienen cogidos!
- ¡Señor Sulu, acción evasiva!, ¿Aguantarán los escudos, Spock?
- Están al 0,1 % capitán, resistir un impacto en estas condiciones está más allá de nuestras posibilidades.
- Entonces sólo podemos huir... Señor Scott, desvíe la energía restante a los sistemas de propulsión. Chekov, trace un rumbo que nos saque de aquí.
- Capitán, han disparado.
- ¡Hiperespacio! ¡Ahora o moriremos todos!
- ¡Es tarde, demasiado tarde!

Una ráfaga de luz verde cruzó el espacio, apuntando al mismo corazón de la sala de reactores del Enterprise. Justo en ese momento, el capitán Kirk se despertó envuelto en un sudor frío.

- Esta vez estuvo muy cerca. Me pregunto por qué estas malditas pesadillas tienen que ser tan reales.

James T. Kirk, oficial retirado de la Flota Estelar, dos veces ascendido a Almirante, odiaba mirarse al espejo. Sus más de cincuenta años apenas se intuían en su reflejo, pero él veía cómo su juventud se había esfumado sin dejar señales aparentes. No le importaba su aspecto, sino el hecho de ver a esos nuevos oficiales, tan parecidos a él en sus primeros tiempos que ahora lo trataban como si fuera una pieza de museo. El vértigo de la jubilación lo había atrapado por un tiempo... las conferencias, los homenajes... cientos de recepciones sociales, multitudes de ojos que no perdían detalle del último de sus gestos... Y ahora nada.

- Asúmelo, Jim, después de tanto tiempo, has sido derrotado. - Y así era, ni el propio James T. Kirk había logrado dominar al tiempo, el enemigo de la batalla final.
- Bueno, creo que iré a pasear un poco. - En realidad lo que le apetecía era ir a casa de Bones y salir a tomar algo, pero se supone que los ancianos no hacen esas cosas. Además, a Bones no le había hecho ninguna gracia la reciente boda de su hija.

- Hola Bones. - Jim había ido a pasear, pero por alguna misteriosa razón acabó frente a la puerta de su inseparable Leonard McCoy.
- ¿Qué tal, Jim? ¿Vienes a echar un poco de sal en las heridas de este pobre viejo?
- Vamos, vamos, debes asumir que tu hija es una mujer adulta, y si ha decidido casarse con Seget, seguro que hay una buena razón.
- ¡Por supuesto que la hay!, ¡quiere matarme!
- Vamos, Bones, ¿ ¡cómo puedes decir eso!?
- ¿¡Que cómo puedo!?
- Yo creo que exageras un poco la situación.
- ¡Venga ya, Jim!, ¿en serio crees que mi hija está convencida de que casarse con un maldito Vulcaniano de orejas puntiagudas va a mejorar la salud de su padre?
- Recuerda que se conocieron en la facultad de medicina, a dónde muy probablemente la empujaron tus continuos consejos.
- Lo recuerdo, y daría un brazo por volver atrás en el tiempo y hacer que se dedicase a algo menos peligroso, como extraer Dilitio en alguna mina de Klingon.
- Vamos, Bones, salgamos a algún lado. Te invito a una cerveza, pero sólo si tu mal humor se queda en casa.
- Está bien, lo intentaré.

Unos minutos más tarde, la cerveza romulana había hecho desaparecer los peores síntomas del “Síndrome del Padre Contrariado” (la modesta aportación de Jim Kirk al desarrollo de la Psicología).

- Nos estamos haciendo viejos, Jim.
- ¿Quién lo dice?
- Lo dicen mis huesos, y también los tuyos lo harían si tú te pararas a escucharlos. Nosotros nos acostumbramos a modelar esta galaxia, y ahora sólo podemos ver cómo otros han ocupado nuestro lugar en el torno.
- Sí, supongo que así es... Pero de todas formas me gusta pensar que una parte de nuestro equipo aún sigue allá arriba.
- ¡Ah, sí!, el bueno de Hikaru no lo tuvo nada fácil después del sabotaje de Scotty, pero ha podido darle una reputación a la Excélsior.
- ¡Y Chekov!, Dios sabe que ese muchacho no nació para mandar una nave estelar, pero ya no quedan navegantes como él.
- Es una auténtica paradoja: el Enterprise-B no es tan distinto al nuestro, un Sulu al timón y Pavel donde siempre ha estado...
- Sólo faltamos nosotros, y te aseguro que daría cualquier cosa por volver...
- ¡Yo no! Ahora que no tengo que hacerte de niñera, prefiero que mis átomos sigan en su sitio, y no esparcidos por el espacio.
- Sí, fueron buenos tiempos, ¿no crees?
- Cierto, nunca lo olvidaré... ¿Has ido alguna vez al Enterprise?
- No, no creo que pudiera soportar verla convertida en un escaparate. Esa nave está hecha para volar, no para pasar sus días anclada a millones de kilómetros de la acción.
- Tienes razón, Jim, pero quién querría encargarse de esa nave... no, Jim, el peso es demasiado para cualquiera.
- Spock podría haberlo conseguido, él es capaz de entrenar a cualquiera. Si no nos hubiera abandonado ahora habría dos Enterprise en el espacio...
El silencio se hizo entre los dos hombres. Spock, nada más jubilarse, había partido hacia Vulcano, y cuando estaban a punto de cumplirse veinte años de su marcha, ni un sólo mensaje había llegado hasta sus oídos. Bones no lo sabía, pero Jim creía a Spock atrapado en alguna extraña tradición vulcana... de haber sabido que estaba en lo cierto, lo habría dejado todo para reunirse con él.
Momentos después, Jim retomó la conversación:

- Bones, hay algo que me preocupa, y quisiera contártelo, pero sólo lo haré si me escuchas como amigo, nada de conversaciones paciente-doctor, ¿de acuerdo?.
- ¡Vaya!, debe ser algo realmente grave. De acuerdo, dejaré a un lado mi maletín... ¿De qué se trata?
- Hace dos semanas que tengo pesadillas. Son muy extrañas, todas diferentes, pero siempre hay dos cosas que se repiten: Estamos en el Enterprise, en medio de un combate. Siempre lucho hasta el final, pero siempre acabo llegando a un punto límite en el que me despierto bañado en sudor.
- Bien, cada vez que hablo contigo me arrepiento un poco más de no haberme dedicado a la psicología... Jim, tienes que afrontar algo, tú has ganado siempre, pero ya ha llegado la hora de que te enfrentes a la posibilidad de perder, o al menos de no ganar. Yo aceptaré la boda de mi hija con el tiempo, y tú deberías hacer lo mismo.
- Pero yo no tengo hijos.
- No Jim, me refiero a que tú también debes afrontar el hecho de que ya ha pasado el tiempo en el que éramos nosotros los que tomábamos las decisiones.
- Tal vez tengas razón, Bones, pero me será muy difícil.
- Por supuesto, si no, no serías James T. Kirk... Bueno, tengo que irme, pero te veré un día de éstos, ¿De acuerdo?
- De acuerdo, Bones, hasta la vista.
- Hasta la vista, Jim.

Bones había perdido su batalla final, y ahora Jim sabía que tenía que hacer lo mismo. Y tenía que hacerlo porque la única forma de ganar esa batalla es... perderla.




























Capítulo 2
Emergencia


Nada más llegar a casa, Jim se encontró con la suave voz del ordenador: “Tiene un mensaje de prioridad Uno”. Ni la voz deliberadamente sedante que habían programado podía ocultar la trascendencia de las palabras. Prioridad Uno significaba que o bien la Galaxia se estaba cayendo a pedazos, o que alguien necesitaba urgentemente de Jim Kirk. Por un momento deseó que fuera lo primero.

- ¿Es el mensaje en audio o en vídeo?
- En audio, Almirante, vía Flota Estelar.

Tal vez la Galaxia se caía a pedazos después de todo. Jim se sentó y se alegró de no tener que recurrir a su frasco de Retinax VI. Por fortuna, los médicos habían conseguido dar con una fórmula a la que no era alérgico, pero aún así usarlo le hacía sentirse demasiado mayor.

- Reproducción.
- Almirante... Jim...
-¡Spock!
- ¿Desea seguir escuchando el mensaje?
- Sí, vamos, vamos, no te he hecho parar.
- .... Me resulta muy difícil dirigirme a usted en estos momentos, pero necesito urgentemente que venga a Vulcano. Se podría decir que es un asunto de vida o muerte. La Flota Estelar me ha permitido garantizarle dos pasajes en la primera nave disponible. Por favor, póngase en contacto con el Almirante Frederick lo más pronto que pueda... Le espero, Jim.
- Fin del mensaje. ¿Desea escucharlo de nuevo?
- No, establezca comunicación con el Almirante Frederick, por favor.
- En proceso... ¿Audio o vídeo, señor?
- Como sea, da igual.
- El modo “como sea” no está disponible, por favor, escoja otro.
- ¡Vídeo!
- Espere, por favor.

Al momento apareció el rostro de un joven de unos treinta años, con el pelo impecablemente arreglado y su uniforme de Almirante como si acabara de salir de la fábrica.

- Buenas tardes, Almirante, soy...
- Sé quién es usted, Almirante Kirk. El Capitán Spock me avisó de que se pondría en contacto conmigo. ¿Para cuando desea los pasajes a Vulcano?.
- Quiero la próxima nave.
- Contaba con ello. El Doctor McCoy le esperará en el Muelle estelar, se ha negado a ser transportado, así que le hemos asignado una lanzadera.
- ¿El Doctor McCoy?
- Sí, llegó antes a casa y ya ha recibido el mensaje.
- ¿Viene alguien más?
- La oficial Uhura y el Capitán Montgomery Scott se encuentran ya a bordo de la nave. Insistieron en esperarle.
- Muy amable por su parte... Muchas gracias, Almirante.
- Una cosa más, Almirante Kirk.
- Dígame.
- Todos ustedes son miembros jubilados de la Flota Estelar, pero esta tiene el carácter de una misión oficial. Utilizarán una Nave Estelar, así que le ruego que se presente de uniforme.
- Será un placer, Almirante. Kirk fuera.

El uniforme le estaba ya muy justo, y distaba mucho de dar el aspecto impecable de cuando el Enterprise era “La nave de Kirk”, pero no le importaba demasiado, se sentía bien. Llegó al centro de transportación de la Flota, donde todos los soldados le saludaron con auténtico respeto a pesar del inconfundible aspecto de oficial retirado que tenía. Segundos después se materializaba en la sala de transporte de una nave, en el Muelle Estelar. Un joven alférez le saludó (todos le parecían jóvenes ahora).

- Permiso para subir a bordo, Alférez.
- Permiso concedido, Almirante Kirk. Bienvenido a bordo.
- Gracias, Alférez, lamento parecer descuidado, pero ¿Qué nave es ésta?
- La H.M.S. Bounty.
- El nombre me resulta familiar, pero no creo conocerla.
- No puede hacerlo, esta es una nave experimental y mantenida en completo secreto. Sólo los Almirantes en activo y su tripulación conocemos su existencia, señor.
- ¿Entonces por qué me resulta tan familiar el nombre?.
- Así fue como llamaron usted y su tripulación al pájaro de presa Klingon capturado en el Planeta Génesis.
- No sé si sentirme halagado o confuso por ese nivel de conocimiento sobre mi vida...
- Aquí está el turboascensor. Señor. En el puente le espera el resto de la tripulación y sus compañeros. Mi nombre es Sisko, si necesita algo, llámeme.
- Gracias, Señor Sisko.
Nada más entrar en el turboascensor, se fijó en el plano de la nave, que parecía tener la distribución propia de una nave de clase Galaxia. Por supuesto no se podía ver gran cosa, pero le gustaba contemplar cómo toda una categoría de naves estelares se había desarrollado a partir de “su” Enterprise. Podía sentirse orgulloso, y lo estaba. Las puertas se abrieron, y allí estaban Uhura y Scotty .

- Buenas tardes, Almirante. Es un placer volverle a ver.
- Lo mismo digo, Scotty, ¿qué tal la jubilación ?
- Bueno, dicen que todo es soportable con una bella mujer a tu lado.
- Cállate, Scotty. -Dijo Uhura con una media sonrisa.
- ¿Qué le parece la nave, Almirante ?
- Lo cierto es que apenas sí he visto dos pasillos, la sala de transportación y ahora el puente. No es mucho para juzgar.
- Nosotros sí hemos tenido tiempo de echarle un vistazo a la sala de máquinas.
- Tú siempre sabes dónde llevar a una chica.
- Tú ya no eres ninguna chica.
- Cállate ya, Tob
- ¿Tob ?
- Sí, Jim, es una palabra de la antigua jerga escocesa. Significa “Enorme Gordo”, si mal no recuerdo.
- Bienvenido a bordo, Doctor.
- Gracias, Scotty, no hay nada como un paseo en lanzadera para hacerse una auténtica idea de cómo es realmente una nave.
- ¿Y cuál es su diagnóstico, Doctor ?
- Es una lata de conservas magnífica, Scotty.
- ¡Siempre será usted el mismo !
- ¡Puede apostar a que sí, Scotty !
- Aquí viene el Capitán.

El Capitán Andersson era un hombre muy alto, de unos treinta años aproximadamente, y su cabello totalmente rubio confirmaba lo nórdico de su apellido.

- Caballeros, Señora... es un placer tenerles a bordo. Confío en que encontrarán su viaje confortable.
- Gracias, Capitán. Creo que ya conoce la urgencia de nuestra misión.
- Por supuesto, Almirante. Estamos listos para partir. Si quieren ocupar sus asientos.
- Preferiría estar en la sala de máquinas, si es posible.
- Por supuesto, señor Scott, allí será bienvenido en cualquier momento.

Scotty dio las gracias y salió del puente como si la maniobra dependiera de que él llegara a tiempo a la sala de máquinas.


- Le daremos un minuto al Señor Scott, más que de sobra. Mientras tanto, siéntense.
- Tiene usted una bonita nave, Capitán Andersson.
- Gracias, Doctor, espero que muy pronto se convierta en el orgullo de la Flota... Con el permiso del Enterprise-B, naturalmente.
- Es usted muy considerado, Capitán.
- Sólo sincero, Capitán Uhura... Preparados propulsores de popa.
- Preparados, Capitán.
- Avante un cuarto de potencia impulsora.
- Potencia impulsora un cuarto.

La nave empezó a moverse sin esfuerzo, el movimiento sólo se podía notar por el avance de la estructura bajo la que se encontraban. Sin ruido, con inquietante suavidad, el H.M.S. Bounty hizo su bautismo en el espacio.

- Tal vez desee ver la nave desde fuera, Almirante.
- Gracias, Capitán, estaba a punto de pedírselo.
- Vista exterior.

El Bounty era una gran nave, mucho más majestuosa de lo que ninguno de ellos había imaginado. El puente se hallaba en la parte superior del disco, común a todas las naves de combate de la Federación. Sin embargo, este era mucho más grande de lo acostumbrado, y las dos unidades de propulsión WARP se encontraban a su misma altura. Un ligero gesto del capitán Andersson cambió el ángulo de visión, y ahora apareció ante ellos la parte inferior de la nave. Fue entonces cuando pudieron comprobar que bajo el casco principal se hallaba una estructura cilíndrica desde la cual partían los soportes para los propulsores.

- Una nave espléndida, capitán... ¿Cuál es su dotación?
- Somos seiscientos ochenta tripulantes, setenta y cuatro de tripulación. El Bounty es la mayor nave que nadie en la Flota haya visto.
- Bueno, Creo que V’ger podría discutir esa afirmación capitán.
- ¿Cómo dice, doctor?
- Creo que el doctor se refiere a una nave viviente que una vez nos encontramos. Su campo de fuerza medía ochenta y dos unidades astronómicas.
- No bromee conmigo, Almirante.
- No lo hace, capitán, se lo asegure.
- No se preocupe, Uhura, vamos a ver si el capitán es tan amable de permitir que le gastemos una broma al señor Scott.
- Por favor, Almirante, tiene toda mi atención.
- De acuerdo... Aquí Puente a Sala de Máquinas... Señor Scott, ¿está usted ahí?.
- Aquí Scott.
- Scotty... ¡Pon la WARP doce!
- Almirante, creo que su jubilación le ha afectado al juicio...
- Scotty, sólo...
- ... ¡ Poner menos de WARP quince es un insulto a estos motores!

La carcajada fue generalizada en todo el puente. Cuando la calma empezó a volver, Kirk continuó.

- Muy bien, Scotty, déme todo lo que pueda.
- Lo haré, Almirante.

Scott no bromeaba. La Bounty entró en el hiperespacio, moviéndose entre las estrellas como los antiguos barcos de vela cortaban la superficie del mar. Kirk sentía envidia... No por la nave, sino porque sentía que el capitán Andersson era lo que a él le gustaría ser, un joven oficial con toda una vida por delante, dispuesto a hacer historia... o a convertirse en parte de ella.

- Es una nave magnífica, capitán. Confío en que usted además la haga grande.
- No entiendo, capitán.
- Bueno, capitán Andersson, el capitán Kirk tiene la teoría de que las naves no son “grandes” hasta que no tienen una historia detrás que lo justifique.
- Gracias, doctor... En ese caso, espero que mi nave llegue a ser tan grande como el Enterprise.

En aquel momento, el capitán Kirk perdió su sonrisa, y no la recuperó hasta algún tiempo después. La conversación cambió a otros temas y luego la rutina del viaje invadió la nave.












































Capítulo 3
Vulcano


El calor era intenso, incluso en el interior del edificio, el ambiente hacía que la Kirk y los demás desearan llenar de aire sus pulmones más allá de la capacidad humana, pero la tenue atmósfera de Vulcano no lo permitía. Rara vez había visitas de terrícolas al planeta, y todos podían imaginar lo incómodo que Spock debió sentirse todos aquellos años a temperatura terrestre.

- No entiendo cómo Amanda consiguió sobrevivir en este planeta tantos años.
- El cuerpo humano está hecho de hierro, Bones.
- Entonces debo tener kilos de herrumbre en los huesos, Jim.
- Y serrín en la cabeza, no te quejes.

Un vulcano al que nunca habían visto entró en la sala, y sin decir nada les invitó a que le siguieran. Al traspasar la puerta descubrieron una galería subterránea, y la siguieron en silencio... Pocos metros más allá, el pasaje se hizo más grande, y una enorme puerta de algún material parecido al Bronce les cerró el paso. Su guía, impasible, tomó un mazo enorme, y con él golpeó tres veces la puerta.

- Veo que siguen tan ceremoniosos como siempre.
- Algunas cosas nunca cambian, doctor –dijo Sulu.

Cuando aún retumbaba el último golpe, la puerta se abrió sin ruido, y su guía los introdujo en la estancia. Se encontraron en una especie de recibidor, y allí los dejó el vulcano, indicándoles una pequeña puerta abierta, aún sin demostrar si podía hablar o no. Como si aún estuvieran de servicio, fue Kirk el que se adelantó, y al entrar fueron saludados por una voz familiar...

- Buenas tardes, capitán... Doctor, les estaba esperando... a todos ustedes.

La voz era lo único reconocible. Todos hubieran esperado que saliera de un vulcano alto y de cara impasible, pero ahora salía de un anciano calvo que yacía en una cama. Completamente inmóvil, tan sólo su voz recordaba la fortaleza que una vez tuvo.

- Spock, ¿es usted?
- Sí, capitán... Lo que queda de mí.
- ¿Qué le ha pasado, Spock?
- Usted es médico, doctor, pero imagino que nunca oyó hablar del Síndrome Seleya, ¿me equivoco?
- ¿El Síndrome Seleya?
- Sí doctor. Es el equivalente a la enfermedad de Alzheimer, o más bien su complementario, puesto que sólo el cerebro sigue funcionando como antes en los afectados. También se diferencian en que aún no existe cura para el Síndrome de Seleya.
- El Alzheimer era producido por una degradación en las células neuronales, durante siglos se consideró simplemente como envejecimiento prematuro... ¿Cómo se interpreta este Síndrome?.
- Verá, doctor, esa es la razón de que mi enfermedad siga siendo incurable. Después de décadas de investigación, nadie sabe su origen exacto. Por fortuna, su incidencia es mucho menor que la del Alzheimer.
- ¿Qué significa “mucho menor”?
- Verá, señor Scott, en los últimos cuarenta años, yo soy el tercer enfermo al que se le diagnostica el síndrome.
- ¡Eso es terrible!
- No, Uhura, debo reconocer que la enfermedad ha conseguido lo que mi padre no pudo hacer en toda su vida. Por fin he decidido ocuparme de las propiedades de la familia. Lo que una vez fue llamado “Pater Familias”, es sólo un título honorífico en Vulcano. Mis obligaciones son más sociales que físicas, y para el resto de los asuntos están los hijos.
- Piero Usted no tiene hijos
- ¡Saat!

Un joven entró en la sala, y tras una profunda reverencia, se colocó a los pies de la cama.

- ¿Sí, padre?.
- Deseo presentarte a mis camaradas durante mi estancia en la Flota Estelar. Estos son Kirk, el capitán del Enterprise, Uhura, Sulu, Chekov, Scott... Y por supuesto, el doctor McCoy. A ellos debemos nuestro futuro.
- Capitán, le debo mi vida y la de mis padres. También a los demás me une una deuda de gratitud. Considérenme a su servicio.
- Se lo agradezco, Saat, pero realmente me cuesta demasiado imaginar que es usted hijo de Spock. No me pida también que acepte haberle salvado la vida... ¡Si ni siquiera le conozco!.
- Evidentemente, todos saben que Saat es mi hijo, pero seguramente ignoren el nombre de su madre. Por favor, permítanme que se una a nosotros.

Entonces se abrió una cortina, y entró una mujer alta, cuyo rostro todos conocían.

- ¡Saavik!
- Saludos, es agradable volverles a ver después de tanto tiempo.
- Spock, creo que nos debe una explicación.
- Sí, señor Sulu, se la debemos los tres... Todos saben que mi cuerpo fue regenerado durante mi estancia en el Planeta Génesis... Lo que hasta ahora ha quedado en secreto es que durante mi estancia volví a sufrir el Pon Far. No les entretendré con largas explicaciones, pero bastará con que tengan presente que cuando llega el Pon Far, el varón de Vulcano debe aparearse... o morir. Como ustedes ven, yo estoy vivo.
- Entonces ustedes dos...
- Sí, capitán Uhura. Ese fue el motivo de mi salida precipitada de la Flota Estelar. Las normas sociales de Vulcano exigen que una madre se ocupe de su hijo hasta los cinco años.
- Muy bien, Saavik, así que aquí tenemos un nuevo híbrido entre razón y sentimientos... sólo que esta vez hay más de lo primero que de lo segundo.
- Lo lamento, señor Spock, pero debo corregirle. Aunque una de mis abuelas era humana, uno de mis abuelos era de Rómulo, no vulcano. Por tanto, si tuviera sangre Klingon en mí estaría representado todo el Cuadrante Alfa.
- Creo que no echaremos de menos esa raza no representada, ¿no crees, Bones?
- Estoy seguro de que no, Jim.
- Pero no les he hecho venir para eso, señores... Antes no era del todo correcta mi afirmación de que todas mis tareas físicas las podía realizar Saat. Mi cargo de Embajador en la Tierra es hereditario, y bajo ningún concepto puedo renunciar a él. Es por eso por lo que les he traído hasta aquí, y es por eso por lo que les debo rogar que tomen asiento. Cuando yo muera, mi hijo Saat tomará mi puesto, pero al ser mi único hijo debo asegurar que la historia sea transmitida. Él ya la conoce, y ahora deben conocerla ustedes. De ese modo, si durante el tiempo que servirá en la Flota Estelar algo le ocurriera, aún habrá otras personas que puedan recordar lo que pasó.
- Espere un momento... ¿Saat en la Flota Estelar?.
- Sí, capitán, ha superado recientemente las pruebas, y dentro de dos semanas partirá hacia la Tierra para incorporarse a la Academia. A pesar de su juventud, es ya un científico destacado, aunque tendrá que luchar contra su herencia humana y romulana.
- Padre, tú siempre dices que no hay paz hasta que se deja de luchar.
- Así es, hijo mío, pero pronto sabrás que nadie es capaz de conocer el valor de la paz hasta que no se ha visto obligado a luchar.

Saat calló, y adoptó una mirada que disipó todas las dudas posibles acerca de su paternidad.

- Bien, ahora les ruego que me escuchen, puesto que lo que van a oír es importante, importante para mí y para ustedes, pero también para la Flota Estelar, la Federación de Planetas Unidos, e incluso para el Cuadrante Alfa tal y como hoy lo conocemos. Así es como fue, así es como es.


































Capítulo 4
La Saga de Spock


La vida nunca fue fácil en Vulcano, pero hasta hace unos cinco mil años, la temperatura en la superficie era más parecida a la actual de la Tierra que a la que hoy tenemos. Fue entonces cuando la civilización anterior, los Antiguos, alcanzó su punto de máximo desarrollo. Conocían el viaje espacial, pero aún no dominaban las velocidades de hiperespacio. Tampoco eran Vulcanos, como hoy se entiende el término, sino que eran una sociedad militar, inundados de sentimientos y, debo decirlo, entre esos sentimientos eran la ira y el miedo los que imperaban. La ira en los vencedores, y el miedo en los derrotados. Entonces ocurrió lo inevitable: La energía nuclear fue peligrosa durante siglos, pero al fin se consiguió igualar la potencia pero sin los efectos colaterales de la radiación. Y una vez existió la posibilidad de exterminar al oponente sin destruir el planeta, la guerra fue inevitable. Fue una guerra corta, puesto que el primero en poder aplicar la tecnología lo hizo. Destruyó al adversario, pero al mismo tiempo se colocó al borde de la extinción a sí mismo. No hubo radiación mortal, pero en el intento de acabar con todos, la energía empleada fue tan fuerte que sacó al planeta de su órbita. También, la explosión aumentó drásticamente la temperatura del núcleo planetario, y junto con el calor cada vez mayor proveniente de 40 Eridani, la vida en este planeta pareció condenada. En ese momento se produjo la separación entre lo que hoy son la raza vulcana y la romulana. Al creer que el planeta estaba perdido, la mayoría de la población se hizo con todas las naves disponibles, y se dispusieron a buscar algún planeta que les acogiese. Nada se sabía en aquel entonces del Cuadrante Alfa, sólo la localización de algunos sistemas planetarios. A falta de seguridad, cada nave tomó un rumbo, y hoy día sólo sabemos que en los planetas gemelos, Rómulo y Remo, se establecieron algunos de nuestros ancestros comunes. Sin embargo, no es descartable que en los próximos milenios nos encontremos con otras razas que surgieran de aquella, puesto que algunas de las naves estaban diseñadas para ser autosuficientes, y para albergar a sus pasajeros durante todo el tiempo que hiciera falta... Eso sin contar con las dos naves que, según la historia, ya contaban con cápsulas para hibernar a sus tripulantes.
Pero esa no es mi historia, ya que mis antepasados fueron aquellos que se quedaron aquí. Algunos renunciaron a escapar, pero la gran mayoría no tuvo alternativa. Nunca hay suficientes naves cuando se trata de evacuar un planeta. Esas familias que se quedaron en el planeta pronto se vieron en la necesidad de adaptarse a su nueva forma de vida. Entonces surgieron las viviendas prolongadas en cuevas, aunque la temperatura seguía siendo excesiva. Por supuesto, existían aparatos de refrigeración, pero la energía era escasa cuando casi todo el planeta estaba deshabitado. Poco a poco, y sin que nadie se pudiera oponer, los vulcanos fueron dejando de lado cualquier tipo de excitación innecesaria. Ese fue el comienzo del camino que les llevó a la ausencia total de sentimientos. Y así fue como nos adaptamos a nuestra nueva situación. Por suerte, el hecho de que nuestra hemoglobina tenga al cobre como base nos permite resistir mejor la atmósfera resultante del cambio de órbita.
Y después de décadas de adaptación, Vulcano volvió a conocer los niveles de civilización que había tenido en el pasado. Sin embargo, sus habitantes habían cambiado tanto que ya no podían ser considerados la misma raza. Hoy en día, son los romulanos los más próximos a la forma de ser de Los Antiguos. El avance tecnológico era imparable, una vez dejados de lado los problemas que acarrean las distracciones innecesarias. Se desarrollaron máquinas preparadas para trabajar a temperaturas que hubieran fundido a las antiguas, y pronto se alcanzó un hito en la historia de Vulcano. Fue el descubrimiento del viaje estelar a velocidades de hiperespacio. Una vez alcanzado ese nivel de desarrollo, mis antepasados decidieron adoptar el papel de supervisores, y se dedicaron a investigar y estudiar las civilizaciones próximas. Fue entonces cuando surgió la norma que hoy día es la Primera Directiva de la Flota Estelar: No intervenir en el desarrollo de una civilización. Y durante siglos, los vulcanos viajaron y observaron, pero sin llegar jamás a establecer contacto alguno con otras civilizaciones del Cuadrante Alfa. De aquella época quedó tan solo un conocimiento extenso de este brazo de la galaxia.


Spock hizo una pausa, y todos lo miraron preocupados. Parecía agotado, había dejado caer la cabeza y respiraba pesadamente. Nada en los rostros de Saavik o Saat hacía pensar que estuvieran preocupados, pero... ¿Cómo se sabe si un vulcano lo está?.

- Spock, ¿Se encuentra usted bien?
- No se preocupe, capitán Sulu, mi padre necesita un momento para seguir hablando.

Apenas un minuto después, la voz de Spock volvió a romper el silencio de la sala.


- Ahora debo cambiar mi narración. He sido muy general, sin citar nombres ni fechas, pero ahora eso debe cambiar. Entre esos exploradores, destacó uno llamado Tork. Fue él quien, casualmente, descubrió indicios de alta tecnología en un lugar donde no debería existir. Aquellas gentes acababan de salir de una guerra parecida a la que se había vivido en mi planeta, pero a diferencia de nosotros, ellos no habían tenido que enfrentarse a una situación tan drástica. Más aún, su carácter estaba cambiando, y dejaron de ser parecidos a Los Antiguos para convertirse en seres gemelos de los vulcanos, pero con todos sus sentimientos intactos... Fueron estos seres extraordinarios los que poco después de una guerra devastadora realizaron, con medios muy precarios, el primer vuelo a velocidad superluz. Gracias a este logro, el Planeta Tierra cobró un súbito interés para nuestra civilización. Tork fue el primero en detectar el vuelo, y así también lo fue en pisar el planeta. Él fue el protagonista del Primer Contacto. Él descubrió a los terrícolas la existencia de otras razas inteligentes más cerca de ellos de lo que jamás se atrevieron a pensar. Tork fue el primer embajador de Vulcano en la Tierra, y Tork transmitió ese honor a su hijo, Sarg. Luego la embajada pasó a Santok, a Trangor, a Senk, a Sorka, a Surak, a Surn, a Skon, a Sarek, y ahora a mí, Spock, un medio humano. Pronto me sucederá Saat, pero eso pertenece al futuro. Lo importante ahora es que, cincuenta años después de aquel primer encuentro, Vulcanos y Terrícolas se unieron en un proyecto común: la Federación de Planetas Unidos. Fueron dos razas, dos formas distintas las que unieron sus esfuerzos para descubrir el Universo, y hoy somos más de ciento cincuenta planetas... Yo soy el décimo descendiente de Tork, y por eso debo ir a la Tierra una última vez para renovar el pacto de amistad que se hizo. De haber podido, lo hubiera hecho antes, pero cuando murió mi padre yo ya estaba demasiado enfermo... Ahora debo ir mientras aún me quede vida, y deseo que ustedes, mis compañeros... mis amigos, me acompañen en este último viaje. Yo nací en Vulcano, pero ahora deseo morir en la Tierra. De esta forma, nuestros dos mundos, y las dos partes de mi ser, se unirán más allá de toda división posible.

- Spock, lamentamos profundamente verle así, sobre todo después de tantas cosas que hemos pasado juntos, pero estamos dispuestos a acompañarle a la Tierra.
- Gracias, almirante. Estaba seguro de que me comprendería. Ahora, si les parece bien, será mejor que nos preparemos para irnos.

Spock siempre se había caracterizado por un equipaje pequeño, y su enfermedad sólo requería de una pequeña camilla. No pasó mucho tiempo antes de que todos estuvieran dispuestos para el viaje de regreso. Saavik debía quedarse en Vulcano, para que al menos una representante de la familia guardara las posesiones – había una antigua ley que decía algo en ese sentido, pero nadie sentía una especial curiosidad por las costumbres del planeta -. La despedida fue muy del gusto local, breve y sin asomo de emociones. Kirk había oído que Spock era un ciudadano muy respetado, casi una leyenda, pero si así era, la forma Vulcana de tratar a sus leyendas hubiera hecho que cualquier humano repudiara a su pueblo. Por supuesto, Spock era solo medio humano, así que no se sintió demasiado ofendido.

- Larga vida y prosperidad, Spock.
- Larga vida y prosperidad, Saavik. Te veré en mis sueños.
- Vivirás en mi recuerdo, Spock.
- Adiós, Saavik, espero volver a verla algún día.
- Gracias, Almirante. Ha sido agradable volver a verles de nuevo.
- Scotty, comunique al Bounty que estamos listos para subir a bordo.
- Scott a Bounty. Preparados para el transporte.

Un destello de luz roja fue lo último que vio Saavik antes de que la antigua tripulación del Enterprise se materializara en la sala de transporte donde el capitán Andersson les estaba esperando.

- Solicitamos permiso para subir a bordo, capitán.
- Permiso concedido, embajador Spock. Es un honor tenerle a bordo de nuestra nave.
- Gracias, capitán. Espero no parecer descortés si le pido que me muestre mi camarote lo antes posible.
- Por supuesto que no, señor. Alférez, acompañe al embajador y sus compañeros a sus camarotes.
- ¿Cuándo partiremos, capitán?.
- De inmediato, capitán Sulu. Es un viaje algo largo, confío en que no se aburran.
- No creo, tenemos mucho de qué hablar.
- Unos veinte años, ¿verdad, embajador?.
- Si usted lo dice, doctor...


El capitán Andersson despidió a sus pasajeros, y enseguida ordeno al timonel poner rumbo hacia la Tierra a la mayor velocidad posible. Andersson se sentía un guerrero, no un taxista. Y por mucho que Kirk y sus compañeros hubieran hecho por la Federación, sus días de gloria ya habían pasado.
Si Kirk hubiera conocido estos pensamientos de Andersson, tal vez no se habría llevado la mala impresión de él que ahora tenía. Le parecía un capitán demasiado conformista como para ser bueno. “Bueno”, pensó “de todos modos, eso ya no es problema mío. Debo acostumbrarme a lo que dice Bones. Las decisiones ahora las toman otros”.
























Capítulo Cinco
La Alianza se renueva


Zephrone Cochrane extendía su brazo hacia el futuro, hacia las estrellas. Sólo era una estatua, aunque midiera más de veinte metros, pero todos los presentes sabían lo que ese monumento significaba. Siglos atrás, en ese mismo lugar, la humanidad había dado el mayor paso de toda su historia. Ahora llegaba el momento de repetir ese paso, si bien de forma simbólica. El Primer Contacto significó la caída de todos los valores humanos. El dinero, la guerra, la codicia, todo aquello pasó a ser una sombra del pasado más oscuro. Los Vulcanos no habían conseguido que los terrestres renunciaran a sus sentimientos, por supuesto, pero a todos les parecía lógico (como no) que seres ilógicos fueran los que se dedicaran a estudiar a otros seres tan ilógicos como ellos. En último término, siempre tendrían más puntos en común para llegar a un acuerdo.

A los pies de la estatua se había colocado un atril, desde el cual el presidente de la Federación se encontraba a mitad del resumen de los increíbles logros alcanzados después del Primer Contacto. Kirk pensaba que si el resumen se extendía mucho más, la alianza Humano – Vulcana podría incluir dentro de sus logros el haber conseguido hacerle dormir en un acto oficial. Para despejarse miró a su alrededor, y por las caras de sus compañeros vio que el sentimiento era compartido. Al fin y al cabo, todos eran unos viejos lobos de mar, cansados de la vida entre las estrellas. Por suerte, Spock seguía manteniendo el tipo, y a su lado Saat recordaba tanto a su padre que Kirk no pudo evitar volver la vista atrás a los años que ambos pasaron en el espacio. Intentando con todas sus fuerzas que la galaxia no se cayera a pedazos.

- ... Y ahora, nuestro distinguido invitado. Señoras y Caballeros, demos la bienvenida al heredero de Tork, que además ha sido un oficial destacado de la Flota Estelar. Demos todos la bienvenida al Capitán Spock, embajador de Vulcano.

- Gracias, señor Presidente. Hace ya mucho tiempo de aquel primer encuentro, y los frutos que de él se derivaron han demostrado lo necesario de nuestro encuentro. Hoy en día conocemos gran parte de la Galaxia, algo imposible sin la colaboración de los cientos de planetas que integran la Federación. Para mi pueblo, la renovación de la Alianza en tan necesaria como su establecimiento, y sería ilógico renunciar a una asociación que tan provechosa ha resultado para el Universo conocido. Una vez más, por tanto, ofrezco mis conocimientos y los de Vulcano a los seres del planeta Tierra.

- De nuevo, Embajador Spock, el planeta y sus gentes se ofrecen a aportar los suyos, y se comprometen a no usarlos en perjuicio de otras civilizaciones, seres o planetas.


Las fórmulas oficiales dejaron paso a la fiesta. Spock y el resto de la tripulación del Enterprise permanecieron en ella el tiempo que el protocolo requería, pero pronto se retiraron. Spock tenía mucho que contar, y por una vez en su vida, no dejó ninguna pregunta sin contestar. Su retirada de la Flota, su desaparición sin previo aviso... Incluso los años dedicados a la educación de Saat y los comienzos de su enfermedad fueron descritos detalladamente. Una vez acabada la historia, sólo quedaron Kirk y McCoy junto a su cama.

- Bien, Spock, parece que ha tenido usted una vida intensa después de todo. Y según la esperanza de vida de Vulcano, podemos esperar que nos acabe enterrando a todos.
- No creo que eso llegue a ocurrir, doctor. Cuando dije que deseaba morir en la Tierra no pretendía tumbarme en una cama y esperar.
- Tiene otros planes, señor Spock.
- Desde luego que sí. Almirante, deseo que usted y el doctor McCoy me acompañen en una visita que debo hacer.
- ¿Puedo preguntar a dónde nos llevará esa visita, Spock?
- Por supuesto que puede, Doctor. – Contestó Spock, y ya no dijo nada más.

El transporte se hizo por medio de lo que Spock denominaba “Aparato autopropulsado propulsado por anacronismo”. Para el Almirante Kirk, sin embargo se trataba de una de sus posesiones más preciadas: un auténtico Ford del 29, perfectamente restaurado. El motor no era de explosión, sino un pequeño impulsor inercial al que se encontraba conectado un dispositivo que imitaba todas las características de los antiguos motores de cuatro tiempos, aunque sin los efectos contaminantes. A pesar de los ruegos de Spock, a pesar incluso de que McCoy estuvo de acuerdo con él, Kirk se negó a utilizar la posibilidad de desconectar el sonido o el traqueteo propio ese tipo de vehículos.

- Si no se mueve como un pato, ni suena como un pato, ¿Cómo podemos estar seguros de que es un pato?.
- Me permito recordarle, almirante, que los tricorders actuales pueden realizar esa identificación con un error estimado menor al 1 por 10 elevado a doce.
- Jim, jamás creería que pudiera llegar a decirlo, pero creo que Spock tiene razón.
- Dime Bones, ¿quién es el viejo ahora?

Esta vez fueron dos las cejas que se levantaron como señal de incredulidad. Kirk soltó una carcajada, sintiéndose más y más joven a cada momento que pasaba con sus compañeros de aventuras. Por fin llegaron a su destino. Demasiado pronto para Kirk, y justo a tiempo para Bones y Spock. En la puerta los recibió un joven con el uniforme de Gala de la Flota. En su hombro derecho se leía su condición de Capitán.


- Bienvenidos a la Academia de la Flota Estelar, caballeros.
- Gracias... Bones, Spock, os presento al Capitán David Forester, a quien tuve el placer de conocer durante su formación en la Academia.
- Es un placer conocerles. Si me acompañan al laboratorio les presentaré al resto de mi tripulación.

Poco después los tres veteranos se encontraron rodeados por un grupo de nuevos talentos de la Academia, jóvenes intrépidos que empezaban a recorrer el espacio tras varios años de formación.

- ¡Tripulación!... Descansen.
- Ya conocen al Almirante James T. Kirk. Estos son sus compañeros, el Doctor Leonard McCoy, y el Capitán Spock, embajador de Vulcano en la Tierra.
- Es un placer. – Dijo McCoy en nombre de los tres.
- Esta es mi tripulación: Mi timonel, Jana Akton. Geoff Corin, oficial de Armamento. Vanda M’Gia, mi primera oficial de comunicaciones... y estos son Jim Brady y Sturek, Ingeniero Jefe y Primer Oficial Científico. Ellos dos le podrán informar de todos los detalles de nuestro proyecto común, Almirante.
- Muy bien, Capitán Forester. No me gusta parecer impaciente, pero puesto que lo soy, ¿por qué no vamos al grano?.
- ¿Sabes, Jim?, te preguntaría qué es lo que ocurre, pero estoy seguro de que no me lo vas a decir.
- Todo a su tiempo, Doctor, todo a su tiempo.

Jim Brady abrió un pequeño armario, y de él sacó una caja pequeña, del tamaño aproximado de un tricorder científico. A continuación se la pasó ceremoniosamente a Sturek, quien la abrió.

- Ese artefacto me resulta sospechosamente familiar, pero no es exactamente como recuerdo los cerebelos artificiales.
- Eso es porque éste es un prototipo. A causa del Síndrome Seleya, el cerebro de Spock no puede enviar los impulsos necesarios para que su musculatura se contraiga. La miografías demuestran que toda su masa muscular está en un estado más que aceptable, pero empeora a cada día que pasa sin ser estimulada.
- El Almirante Kirk nos propuso que diseñáramos un sistema electrónico capaz de mandar los estímulos necesarios para que el cuerpo del Capitán Spock vuelva a funcionar. Sturek y Brady sostuvieron algunas de las mejores discusiones en la historia de la Ciencia antes de que el proyecto fuera viable, pero al final consiguieron desarrollar este dispositivo. Esperamos que si el Doctor McCoy lo implanta en la región occipital del Capitán Spock, nuestro pequeño invento será capaz de devolver parte de la movilidad perdida.
- Por supuesto doctor, sé que la intervención en sí ya es peligrosa, y las simulaciones que los señores Sturek y Brady han realizado preven un largo periodo de entrenamiento antes de que el dispositivo me permita mantenerme en pie.
- He calculado una recuperación mínima del 15% de la habilidad motriz.
- Gracias, señor Sturek. Si Spock está decidido a intentarlo, sé que tendrá una buena razón para asumir el riesgo.
- Por supuesto, doctor. Estimo que la posibilidad de un daño neural permanente se encuentra por debajo del 1%, por lo cual la alternativa lógica es el riesgo, por extraño que pueda parecer.
- De acuerdo entonces, señor Sturek. Antes de la intervención necesitaré que usted y el Señor Brady me den todos los detalles acerca del aparato. Mientras tanto creo que lo más indicado será que el Almirante y los demás empiecen a buscarme el instrumental adecuado... Y creo que tampoco nos vendría mal algún quirófano decente.
- Muy bien, Bones. Nos veremos mañana a eso de las diez en el centro médico de la Flota. Todo estará preparado para entonces.
- Hasta mañana a todos.


Al día siguiente, todos fueron puntuales. Allí estaban el capitán Forester y toda su tripulación. También la mayor parte de las leyendas vivientes del Enterprise. Desgraciadamente, faltaban Sulu, de nuevo en misión con el Excélsior, y Chekov, que había vuelto a su puesto en el Enterprise – B. La operación fue larga. El sudor aparecía en la frente de McCoy con puntualidad de reloj, y con la misma cadencia, iba siendo secado. Las manos eran expertas... con la facilidad y el peso de los años el doctor McCoy cortaba, conectaba y suturaba en la parte más desconocida e importante de todo Ser Humano. Con cada movimiento, el temor era más intenso, pero a la vez más soportable. Cada movimiento lo llevaba más y más hacia delante en un camino sin vuelta atrás, y McCoy no era un cobarde. Conocía su trabajo, y aunque siempre buscara las posibilidades menos arriesgadas, una vez en marcha nada podía evitar que llegara a su destino.

- De acuerdo, hemos terminado. El implante está hecho, ahora sólo queda esperar y ver los resultados.

McCoy se reunió con Kirk y los otros. Los dos veteranos se abrazaron, una vez más habían hecho todo lo que estaba en su mano.










Capítulo Seis
Amok Time


Spock miró hacia sus pies. Había una gran mancha de sudor. El dolor era penetrante, hubiera podido aislar su mente, expulsarlo, pero eso requería un alto nivel de concentración. El mayor dolor imaginable era infinitamente mejor que verse inmóvil en una cama. Spock apretó los dientes y dio una nueva orden mental a su cuerpo. Fue como si intentara mover un asteroide con sus manos. La piel parecía a punto de reventar con la tensión, parecía que no tendría suficiente líquido en el cuerpo como para expulsar una gota más de sudor, pero Spock no se rendía. Repitió la orden, multiplicó el dolor por mil y entonces ocurrió.
Su pie derecho tembló, su cuerpo pareció a punto de colapsarse, y después una pierna se desplazó lentamente hacia delante. Dos centímetros. La suma de sus fuerzas, su voluntad y toda la capacidad de concentración adquirida tras largos años de disciplina mental se reducían a eso: dos centímetros de movimiento en un cuerpo que se resistía a mantenerse de pie. Spock sonrió: lo había logrado. Luego cayó al suelo, sin sentido.

- Parece, señor Spock, que usted también es capaz de tener comportamientos ilógicos.
- Hola, doctor. Supongo que debo haberme desmayado... Sólo quería trabajar un poco más. Mi terapeuta sigue un plan para Humanos.
- Su terapeuta sigue un plan que mataría a un humano fuerte en menos de una semana. Y si usted sigue haciendo locuras, no creo que dure tanto como eso.
- Doctor, no puedo quedarme así. Toda una tripulación ha aplazado la adjudicación definitiva de una nave estelar para diseñar mi transmisor neural. Usted ha abandonado su retiro para implantármelo, y ahora soy yo quien debe hacer que funcione.
- Spock, por más que me alegre verle hablar por fin como un Ser Humano, no puedo estar de acuerdo con usted. Si continúa incumpliendo su plan de trabajo sólo conseguirá morir de una sobrecarga muscular. El aparato que usted lleva debe servir para que nadie más tenga que sufrir la inmovilidad forzosa. No es lógico que se arriesgue a que todo el proyecto fracase.
- Tampoco usted habla como acostumbra, doctor. Por eso seguiré sus indicaciones.
- Me alegra oír eso. Recuerde que hasta que no consiga un grado suficiente de dominio, estará contrayendo hasta el más pequeño músculo que tenga en ese cuerpo vulcano cada vez que doble el dedo meñique de la mano izquierda.
- Gracias, doctor, lo tendré presente.

Spock sólo mentía a medias. Ya había forzado su cuerpo, ahora le tocaba el turno a su mente. No tenía ayuda de nadie para lograrlo, pero él sabía que el único modo de andar de nuevo pasaba por acostumbrar a su mente a que distinguiera de nuevo las distintas partes de su cuerpo. Algo tan sencillo como mover una pierna manteniendo relajados los brazos le resultaba ahora tan difícil como renunciar a recuperarse.
La Disciplina Mental de Vulcano era conocida y respetada en toda la Galaxia. Pocos eran, sin embargo, los que sabían sus fundamentos. Spock ahora ensayaba técnicas básicas y antiguas. Largo tiempo confinadas al terreno teórico... Comenzó recluyéndose dentro de su cuerpo, como si pudiera navegar por sus nervios y venas, adentrándose más y más, como quien acaba de llegar a una ciudad desconocida y se dedica a deambular hasta llegar a orientarse. Visitaba cada músculo, cada fibra escondida, pulsando y comprobando, trazando un mapa de aquellas partes desaparecidas de su control voluntario... En aquel momento, sonó el timbre de la puerta.

- Adelante.
- Espero no molestarle, señor Spock... He terminado de supervisar las reparaciones del USS Intrepid, y como Uhura aún estará ocupada un par de horas más he pensado que...
- Su compañía siempre es bienvenida, señor Scott. De haber llegado un poco antes se habría encontrado con el Doctor McCoy.
- ¿En serio?, espero que no...
- No se preocupe, señor Scott, era sólo una visita de rutina. Siéntese, por favor.
- Sabe señor Spock... – El timbre volvió a sonar.
- Adelante.
- Vaya, Spock, vengo a hacerle un poco de compañía, y me encuentro con que ya tiene una visita.
- Sí, resulta fascinante la capacidad de los Humanos para escoger el mismo momento para las mismas actividades... ¿Debo entender que usted también ha terminado sus tareas antes de lo previsto?
- ¿Qué tareas?, soy un oficial retirado de la Flota, ¿no lo recuerda?. No tengo tareas.
- Sin embargo, tanto el señor Scott como yo sabemos lo difícil que es que usted se mantenga desocupado... He oído rumores que hablan de una nueva incorporación al profesorado de la Academia de la Flota.
- Touché, Spock. Debo recordar que tiene problemas de movilidad, no de audición... Me han ofrecido el puesto de director. Sulu intenta convencerme para que lo acepte, y está haciendo un buen trabajo.
- En mi opinión, Almirante, debería usted aceptar. No es bueno que hombres de nuestra edad se mantengan solos y desocupados.
- Bueno, señor Scott. Usted procura evitar ambas cosas.
- Sí, señor. Usted lo ha dicho.

Durante un instante se hizo el silencio en la habitación, momento que Spock aprovechó para volver a su meditación. Entonces, Scotty intentó romper el silencio.

- ¡Diablos!, necesito un trago. He oído que el club de oficiales de la Flota acaba de recibir refuerzos, y creo que lo correcto es que los veteranos sean los que reciban a los recién llegados.
- Es una magnífica idea, señor Scott... ¿Nos acompaña, Spock?.
- Le agradezco su invitación, Almirante, pero creo que mi presencia provocaría más incomodidad de la necesaria. No es habitual ver una camilla en un bar.
- En ese caso creo que me quedaré aquí.
- Por favor, Almirante. No es necesario. Es más, si yo fuera humano lo consideraría una innecesaria muestra de compasión hacia alguien impedido.

Kirk conocía bien esa forma extraña que Spock tenía de expresar sus sentimientos sin dejarlos salir, por lo que no discutió, y se limitó a seguir a Scotty, que ya estaba junto a la puerta.

- Vendremos a verle mañana, Spock.
- Gracias por su interés, caballeros. Pueden estar seguros de que no me moveré de aquí.

Kirk y Scotty rieron abiertamente, dejando a Spock de nuevo con sus técnicas ancestrales, en busca de un cuerpo perdido.

Por su parte, Kirk y Scotty habían encontrado los refuerzos en el club de oficiales. Kirk seguía siendo fiel al Brandy Sauriano, y Scotty... Bien, la palabra cambio no estaba en su vocabulario, al menos mientras quedara Whisky en Escocia.

- Scotty.
- ¿Señor?
- Me preocupa Spock.
- Yo sin embargo lo he visto muy animado, casi no parecía Vulcano.
- Eso es lo extraño. En los últimos tiempos dejó de comportarse como nos tenía acostumbrados. Yo pensé que se debía a un proceso natural. Tenía la esperanza de que, fuera cual fuera el motivo, lo único que le pasaba es que empezaba a descubrir su mitad humana... Ahora ya no estoy tan seguro.
- Supongo que el doctor McCoy le podrá dar una mejor explicación, pero bajo mi punto de vista sólo hay un problema: usted observó el comportamiento de Spock, descubrió que cambiaba, creyó adivinar el motivo, y ahora descubre por fin que estaba equivocado... Eso no es ninguna tragedia.
- ¿Sabe, Scotty? Creo que tiene usted razón.
- Todo el mundo se equivoca, y mucho más cuando se trata de adivinar las razones del comportamiento vulcano.
- No me refiero a eso. Bones me dará una mejor explicación, así que vamos a llamarle.

Kirk se dirigió al intercomunicador, se identificó y envió un mensaje al Doctor McCoy, Leonard: “Acuda al Club de Oficiales. Le invito a una copa. Kirk”.

- Ya está, eso hará que venga pronto... Vaya, parece que ya está aquí.

Efectivamente, la puerta se había abierto, pero no fue el doctor McCoy el que entró. Scotty se dio la vuelta, y por un momento pensó en no volver a probar una gota de Whisky. Kirk también se volvió, y con los ojos a punto de salirse de sus órbitas, sólo pudo decir:

- ¡Spock!

Era Spock, de pie, junto a la puerta. Sin pelo parecía más irreal, pero más alto y majestuoso. Llevaba una túnica oscura, la misma que durante tantos años llevara Sarek, su padre. Entonces ocurrió lo inimaginable. Spock comenzó a caminar. Lo hizo lentamente, como si acabara de aprender a hacerlo... De hecho, acababa de aprender. Con toda la naturalidad del mundo, se acercó a donde estaban Kirk y Scott, tomó una silla y dijo.

- Lo he pensado mejor, y creo que les acompañaré un rato al menos. Quince años sin reunirse con los antiguos camaradas son muchos años, incluso para un Vulcano.

Antes de que Kirk o Scott pudieran contestar, el Club de oficiales se desvaneció a su alrededor, y antes de poder darse cuenta se encontraron en otro lugar también familiar. Era la sala de transporte de una nave Estelar.

- ¿Qué es lo que ocurre aquí?
- Señores, considérense arrestados. Seguridad, escolten al Almirante Kirk y a sus acompañantes al calabozo.

El oficial se acercó a un intercomunicador y dijo:
- Los tenemos, capitán, podemos marcharnos.

- ¿Qué es esto?, ¡exijo saber que ocurre!.

Kirk no pudo decir más. Tras decir esto, un fáser impactó en su pecho y el Almirante cayó en los brazos de Scott.



Capítulo Siete
Motín en el Bounty.


- Esta situación me resulta embarazosamente familiar.
- Bueno, señor Spock, consuélese pensando que volvemos a estar como en los viejos tiempos. Encerrados en un calabozo, en una nave estelar con destino desconocido.
- Eso es sólo cierto a medias, la otra vez el señor Scott estaba al otro lado de la pared.
- Créame, señor Spock, no me importaría seguir estándolo.
- El caso es que nos vemos encerrados, sin posibilidades reales de escapatoria. Sin embargo, no podemos quedarnos quietos hasta que nuestro secuestrador decida qué hace con nosotros... Necesito ideas, caballeros. Sopesemos nuestra situación. ¿Señor Scott?.
- Parece un calabozo normal y corriente, pero tiene aspecto de recién construido. Eso descarta cualquier punto débil que conozcamos de modelos anteriores. Sin embargo, es posible que aún quede algún error de diseño por descubrir.
- ¿Spock?.
- Coincido con el señor Scott, Almirante. Sin embargo, aunque encontremos el defecto no es seguro que el mismo nos permita escapar.
- Comprendo, comenzaremos por un examen detallado. Cada uno se dirigirá a una pared, el campo de fuerza creo que será mejor que lo examinemos juntos... Spock.
- ¿Almirante?.
- Aún nos debe una explicación a Scotty y a mí.
- Con el debido respeto, creo que no es el momento.
- No, no lo es, pero llegará.

Los tres comenzaron a examinar la parte asignada del calabozo. Golpearon cada plancha buscando huecos, observaron cada soldadura. Pero antes de poder descubrir nada, oyeron como alguien se aproximaba. Rápidamente se sentaron. Era el Capitán Andersson.

- Es un placer verles de nuevo, sobre todo ahora que están donde deben... ¿Quién es ese vulcano calvo?.
- Es el camarero. Su ingeniero debería volver a la academia para aprender a transportar a las personas adecuadas. – Kirk había hablado antes de que Spock tuviera la oportunidad de decir la verdad.
- Esperaba atrapar al doctor McCoy, es cierto, pero dos leyendas serán suficientes.
- ¿Qué es lo que quiere, Andersson?.
- Una guerra, Almirante. Vamos a provocar una guerra.
- ¿Vamos?
- Así es, cuando todos se enteren de que el Almirante Kirk y su buen amigo Montgomery Scott han sido secuestrados por los Romulanos, la Flota exigirá venganza. Entonces la nave experimental H.M.S. Bounty se ofrecerá voluntaria para una misión encubierta de rescate. Desgraciadamente, sólo podrán rescatar sus cuerpos, ya que ambos habrán sido asesinados instantes después de su secuestro.
- Me gustaría saber cómo van a hacerles creer que fue una nave romulana la que nos secuestro, cuando ustedes eran la única nave en órbita.
- Vamos, Almirante, usted y yo sabemos que los romulanos disponen ya de la tecnología suficiente como para transportar a personas incluso estando camuflados. El hecho de que nuestros sensores no detectaran ninguna otra nave lo confirmará... ¿Y qué nave de la Federación secuestraría a dos de sus miembros más ilustres?.
- No se saldrá con la suya, otras naves se ofrecerán a rescatarnos.
- Almirante, no dé palos de ciego. Ambos sabemos que el Capitán Sulu haría cualquier cosa por usted, pero aunque desobedeciera las órdenes e interrumpiera su misión de exploración, no podría llegar a tiempo hasta Rómulo. De hecho espero que llegue en el preciso momento en que “descubramos” que han sido asesinados. El Excélsior nos ayudará a escapar de Rómulo, y de esta forma la violación del Tratado de Paz Organiano será aún más flagrante.
- Es ilógico. Una guerra a escala galáctica no puede beneficiar a nadie. El Tratado de Paz Organiano se firmó tras ciento cincuenta años de guerra no declarada. Si ahora mismo estallara otra, usted nunca la vería terminar.
- ¿Quién ha dicho que desea verla terminar?. Busco la gloria, el pasar a la historia como el Capitán que vengó la muerte del Almirante Kirk. Eso sin mencionar los enormes progresos técnicos que se obtienen de una contienda bélica. Cuando por fin acabe la guerra, los planetas afiliados a la Federación alcanzarán niveles de desarrollo y bienestar que hoy sólo podemos imaginar. Entonces, los Klingons, los Romulanos y todas las razas del Universo desearán convertirse en miembros.
- Pero millones de personas tendrán que morir...
- ...Para que miles de millones vivan mejor. Como dicen ustedes, los Vulcanianos, “El bienestar de la mayoría supera al de la minoría”. Es lógico.
- Las premisas lo son, pero sus conclusiones no se derivan de ellas, sino que nacen de su propia muerte.
- Usted debería saber, como camarero, que los Humanos nos alimentamos de la muerte de otros seres.
- Me temo que su información está unos siglos atrasada.
- Bueno, me encantaría discutir eso con usted, pero tengo que destruir la civilización que conocemos. Les veré más tarde... Justo antes de que las leyendas se transformen en mártires. Por cierto, si prueban lo suficiente descubrirán que hay una plancha suelta. No lo intenten, es una trampa.

Andersson se retiró, dejando a los tres compañeros más inquietos que ante un escuadrón de pájaros de presa.

- Debemos salir de aquí y detener esto. Sigamos examinando.
- Almirante, creo que he encontrado la plancha suelta que mencionó Andersson.
- Tenga mucho cuidado, Scotty. Puede ser una trampa para que nuestro secuestro y asesinato resulten más creíbles.
- Almirante, he acabado con mi sección, y no hay ningún defecto. Sugiero que lo intentemos con el campo de fuerza.
- De acuerdo, es la última opción.

Los tres se volvieron a la única pared de la sala que tenía una apertura. El campo de fuerza hacía que el marco brillara con una tenue luz roja.

- Almirante, creo que hay una posibilidad.
- Dígala, Scotty.
- Si usamos el dispositivo cerebral del señor Spock tal vez podamos interferir la frecuencia del campo e interrumpirlo el tiempo suficiente como para que uno de nosotros salga y lo desconecte desde fuera.
- Muy bien, Scotty. ¿Dispuesto a arriesgarse, Spock?.
- Hagámoslo, Almirante.
- Necesitaré que se acerque aquí.

Scott trabajaba deprisa. Después de tanto tiempo bajo las órdenes de James Kirk era necesario. Descubrió parte del dispositivo neural (“gracias a Dios a Bones no se le ocurrió hacerlo intracraneal”) y esperó la orden.

- Cuando quiera, señor Scott.
- Vamos allá.

Un pequeño zumbido se alzó y desapareció. El campo de fuerza seguía intacto. En aquel momento, el techo se llenó de afilados pinchos y una voz salió del intercomunicador.

- Sabía que no se estarían quietos, así que diseñé esta pequeña y anticuada trampa para ustedes. Les quedan siete minutos de vida, si es que deciden tumbarse. Les recomiendo hacerlo boca abajo, es menos desagradable... También pueden intentar seguir de pie, en ese caso dispondrán de tres minutos hasta que sus cerebros empiecen a ventilarse. Fue un placer tenerles a bordo. Ah, y mis saludos al “Camarero” Spock. Me hubiera gustado probar su versión del Manhattan.
- Bueno, esta vez sí que nos ha cogido. Esta va a ser la última aventura de James T. Kirk.




































Capítulo Ocho
Misión de Rescate.


Cuando el Doctor McCoy por fin entró en el Club de oficiales no se encontró con sus viejos camaradas. La sorpresa que se llevó no vino por ver a Spock caminando, sino por el destacamento de seguridad que interrogaba a todos los presentes. Antes de pensarlo siquiera, salió de la habitación, sólo para encontrarse con Uhura.

- ¿Qué ocurre?.
- En Comunicaciones parece como si hubiera estallado la guerra. El Almirante, Scotty y el Señor Spock han desaparecido. El Bounty asegura no haber captado lecturas de ninguna nave cercana.
- ¿Klingons?
- O Romulanos. Los sensores del Bounty sí captaron patrones de energía compatibles con una nave a velocidad WARP, pero muy lejos del planeta. Ahora mismo están analizando las señales para averiguar que tipo de nave era y hacia donde se dirige.
- ¿Lo saben ya Chekov y Sulu?.
- Les he enviado un mensaje. Tanto el Excélsior como el Enterprise B han ofrecido su ayuda, pero el Alto Mando la ha rechazado.
- ¿Diplomacia?.
- Así parece, dos naves estelares que vuelven a su destino antes de completar su misión no serían nada agradable para los Klingons ni para los Romulanos.

En aquel momento, David Forester llegó hasta donde ellos se encontraban.

- Capitán Uhura, Doctor. Sturek ha conseguido los datos de los sensores del Bounty. Vamos a hacer un análisis en los ordenadores de la Academia. Nos gustaría que estuvieran presentes.
- Será un placer.

Cuando llegaron, el propio Sturek y Jim Brady ya llevaban tiempo trabajando. Poco a poco, toda la tripulación de Forester se reunió en el laboratorio. Todos guardaban silencio. Entonces sonó el intercomunicador. Era la voz del Capitán Andersson, del H.M.S. Bounty.

- Atención, Flota Estelar. Nuestros análisis han demostrado que los rastros existentes son compatibles con una nave Romulana. También hay indicios de formas de vida no Romulanas en dicha nave. Nos ofrecemos voluntarios para perseguirla.
- Extraño intercomunicador, ¿no cree, Uhura?.
- Es cosa de M’Gia, ha conseguido sintonizar el canal de la Flota.
- Aquí Flota Estelar. Bounty, autorizamos la persecución hasta los límites de la Zona Neutral. Si antes de llegar a ella no reciben órdenes contrarias, deberán abstenerse de cruzarla.

- Aquí hay algo que falla.
- ¿A qué se refiere, señor Brady?
- Verá, capitán. No puedo decir si el análisis del Bounty es correcto o no, pero lo que sí puedo afirmar es que no han tenido tiempo de terminarlo.
- ¿Cómo es posible eso?
- Verá, Doctor. Nosotros comenzamos los análisis poco después que el propio Bounty, y a pesar de disponer de la misma tecnología que ellos aún necesitaremos algún tiempo para terminar.
- Estimo que el análisis será completado en diez coma 0cho minutos. Más tiempo que el retraso que tenemos respecto al Bounty.
- No es normal. ¿Por qué mentiría el Capitán Andersson?.
- La alternativa lógica es que el Capitán Andersson tiene algo que ver en el secuestro.
- No puedo creerlo.
- Cuando se elimina lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad... El Bounty no pudo terminar los análisis, así que la única forma de que supieran la respuesta antes de tiempo es que ellos mismos hubieran fabricado las lecturas de los sensores. Sin embargo debo sugerir que esperemos a que termine nuestra simulación.
- ¿Con qué motivo, Sturek?.
- Verá, capitán Uhura. Si nuestros resultados contradicen a los del Bounty, podremos pensar que el capitán Andersson se ha dejado llevar por una corazonada, con la esperanza de alcanzar a la nave hostil antes de que cruce la Zona Neutral. De esta forma evitaría un incidente de nivel galáctico. Si por el contrario llegamos exactamente a la misma conclusión, podremos estar seguros de que las lecturas de los sensores fueron creadas en el Bounty, ya que ninguna otra nave ha podido confirmarlos.
- Me parece lo más correcto. Sin embargo, será mejor que informemos al Alto Mando de nuestras sospechas. M’Gia se encargará de ello. Corin, Akton y yo mismo pondremos en marcha nuestro plan B. Ustedes dos quédense aquí con Sturek y manténganos informados de los resultados. ¿Todos de acuerdo?, pues en marcha.

Todos salieron del laboratorio, dejando a Sturek con Uhura y McCoy. Era la misión más aburrida, pero a la vez la más importante. Cualquier acción posterior dependería del resultado de las pruebas. Una eternidad después, la simulación había acabado. Las sospechas eran ciertas, así que informaron a M’Gia y fueron a reunirse con ella. De ese modo su petición tendría más fuerza.

- ¡M’Gia!
- Rápido, pasen, les están esperando.
La entrevista fue corta. Nadie en el consejo estaba dispuesto a creer en un capitán de la Flota secuestrando a James T. Kirk y mucho menos al Embajador de Vulcano. Todos preferían creer que dos jóvenes científicos recién salidos de la Academia podían perfectamente subestimar la capacidad de una nueva nave como el Bounty.

- ¡Pero estos jóvenes consiguieron entablar contacto con los Meclanti!
- Doctor McCoy, comprendo su preocupación por sus compañeros, pero imitar los movimientos de una nave con otra no constituye por sí un gran descubrimiento científico. Doy a estos jóvenes oficiales todo el crédito que merecen por su capacidad de inventiva, pero en el caso que nos ocupa es el factor tiempo lo que parece traerles problemas. Ellos mismos reconocen que han llegado exactamente a las mismas conclusiones que el Bounty. Considero normal que hayan tardado más tiempo en desarrollarlas. Eso es todo.

McCoy no pudo reprimir un gesto de enfado antes de salir del despacho. Debía estar haciéndose viejo, porque dijo:

- ¿Y ahora qué?
- Plan B, doctor. Nos reuniremos con el resto en el Muelle K.
- ¿No sugerirá que...?.
- No sugiero nada, capitán Uhura, lo haremos o no, eso depende de ustedes.
- Haremos lo que sea.
- Pues adelante. El Bounty ya nos lleva ventaja.

En el Muelle K se encontraba el Enterprise. Majestuoso aún en su nuevo cometido de museo. Forester les esperaba en la entrada. Entraron sin pensarlo... Sin embargo, McCoy volvió a perder la fe.

- ¿Cómo nos la vamos a llevar con todos estos turistas dentro?.
- Doctor, doctor, las apariencias pueden ser muy engañosas. Esta es la tripulación mínima de una Nave Estelar. Hay más gente de la que usted cree dispuesta a romper las normas por ayudar al Almirante Kirk... ¡A sus puestos!.

La orden estaba dada, y doscientas personas dejaron de deambular al unísono. El museo se convirtió en una Nave Estelar a punto de zarpar. Cuando Uhura y McCoy llegaron al puente junto con Forester Sturek y M’Gia encontraron allí al resto de la tripulación. Sin preguntar a nadie, Uhura se sentó con M’Gia, en Comunicaciones. McCoy vaciló por un momento, y enseguida decidió que ya que Sturek se parecía tanto a Spock, sería una buena idea “echarle una mano” como hacía con su viejo compañero de viaje.

Esta vez fue más fácil que la anterior. Parece que Forester tenía más aliados que nadie. No hubo ninguna señal de alarma en la base, las compuertas se abrieron normalmente, y sólo cuando salieron del muelle espacial el mensaje de la Flota Estelar ordenándoles que se rindieran llegó hasta sus oídos.

- No hay respuesta, M’Gia. Timonel, trace rumbo de intercepción hacia el H.M.S. Bounty. Potencia de Emergencia.
- Rumbo preparado, capitán.
- ¡En marcha!.

Una vez más el Enterprise salía de misión. Por segunda vez a rescatar a su Capitán, por segunda vez en busca de su Oficial Científico.



























Capítulo Nueve
Jaque Mate.


Kirk se sentía impotente, y eso era más de lo que podía soportar. Sólo podía observar cómo los afilados pinchos se acercaban a su rostro.

- Por lo menos no tendré que soportarlo mucho más.
- ¿Cómo dice, Almirante?.
- Digo que no veo salida, el juego se acaba, Scotty...
- En ese caso, tal vez debamos cambiar de juego.
- ¿Spock?.
- Desde que usted me lo dio a conocer, he desarrollado un creciente interés por ese juego de cartas con el que tanto el doctor McCoy como usted mismo parecen disfrutar tanto.
- Si se refiere al Póker, Spock, dígalo sin rodeos. No tenemos tiempo para circunloquios elegantes.
- Perdone Almirante, pero estaba pensando que el Capitán Andersson parece más inclinado hacia este último juego que hacia el ajedrez.
- Es cierto... – El rostro de Kirk cambió de repente
- ¿Y qué utilidad puede tener eso?.
- Mucha, Scotty... El Capitán Andersson es exactamente el tipo de jugador que utilizaría...
- ¡Un farol!.
- Exacto. Les propongo que nos arriesguemos con la plancha suelta. Las probabilidades de que haya intentado enmascarar un fallo de seguridad con un engaño son escasas, pero superan ampliamente a las que tenemos de sobrevivir a esos pinchos.
- Si tengo que morir, que sea luchando. Yo iré primero.

Kirk tensó los músculos, era ya viejo, pero la plancha estaba increíblemente floja. Por un momento creyó que lo de Andersson no era un farol, pero, inexplicablemente, una vez abierto el hueco, se encontraron en una de las múltiples tuberías de mantenimiento.

- Bueno, nos hemos librados de ser atravesados, pero ahora estamos perdidos en una nave desconocida.
- Creo que olvida algo, Almirante.
- ¿A qué se refiere, Scotty?.
- Yo conozco esta nave, la visité la primera vez que subimos a bordo.
- Pero no tuvo tiempo de recorrerla. Seguro que sólo le enseñaron los motores y poco más.
- Almirante, me ofende. Un buen ingeniero no se va de una nave sin antes recorrer los más importantes túneles de servicio... Y por cierto, la distribución de esta nave es bastante simple. Síganme.
- Señor Scott, aprecio su interés, pero mi movilidad sigue siendo limitada, por lo que sugiero que antes de desplazarnos tracemos algún plan.
- No me parece lo más correcto, Spock. Si Andersson descubrió que estábamos examinando el calabozo es porque nos estaba observando, y no creo que haya apartado los ojos de la pantalla.
- Ya lo he considerado, Almirante. Algo debe haberle distraído, pues de no ser así habría dejado caer el techo de golpe, o al menos habría mandado a algún miembro de seguridad en cuanto hubiéramos empezado a manipular el panel flojo.
- Bien, si así es como están las cosas, pensemos qué hacer.


Spock tenía razón. Andersson tenía en esos momentos asuntos mucho más importantes de los que ocuparse. Instantes después de que los pinchos salieran del techo, su primer oficial científico reclamó su atención.

- Capitán, nos sigue una nave.
- Identifíquela.
- Está demasiado lejos para un análisis detallado, pero parece una nave de la Federación.
- Capitán, recibo un mensaje de la nave que nos sigue.
- ¿Qué dicen?.
- Nos ordenan que nos rindamos, dicen que nos han descubierto.
- No puede ser. Abra un canal.
- Cuando quiera, Capitán.
- Les habla el capitán Andersson, de la Nave Estelar Bounty. La Federación nos ha enviado en misión de rescate. Identifíquense.
- Capitán, los sensores ya pueden identificarla... ¡Es el Enterprise!.
- ¡No puede ser, está en el otro extremo del cuadrante!
- ¡No el Enterprise B, señor, es la nave de Kirk!
- ¡Alerta roja, aumenten la velocidad... Los dejaremos atrás!.
- Sí señor... Aumentando a WARP dieciséis.

Andersson miró la pantalla, que en aquel momento mostraba un denso campo estelar moviéndose rápidamente. Desde Comunicaciones llegó un mensaje.
- Capitán, detecto una transmisión hacia el Enterprise.
- ¡Pongan en pantalla el calabozo de Kirk! ¡Ahora!.

El techo había descendido completamente, pero no había rastros de sangre en el suelo.

- Se han escapado, ¡Búsquenlos!.
- Enseguida... Están en el puente secundario. Han activado un transmisor subespacial. Interceptaré la transmisión.
- Deben estar intentando avisar al Enterprise para que vuelva a la base y cuente lo ocurrido...
- Eso es, señor, parece que el propio Kirk les ha ordenado que den la vuelta y eviten un conflicto con los romulanos.
- ¡Maldición!... Conseguirá que nuestros planes fracasen... ¿Obedece el Enterprise?
- Sí, señor, están dando la vuelta.
- Viren en redondo, tenemos que interceptarles y destruir su nave. Bloqueen todas sus transmisiones.
- Pero Señor, entonces sabrán que la hemos destruido nosotros.
- No sea estúpido... ¿Cree que la Flota Estelar autorizaría a una Nave Museo a que nos persiguiera?. Deben de haber robado la nave. Si consiguen hacer llegar a la Flota una copia de la transmisión de Kirk entonces sí que estaremos perdidos. Ahora podemos volver a simular información de nuestros sensores para demostrar que sólo respondimos a su ataque.
- ¡A la orden, Capitán!.

El Bounty giró en redondo, y se dirigió hacia el Enterprise a su máxima velocidad.

- Capitán Forester, el Bounty debe haber detectado la transmisión del Almirante Kirk y se dirige hacia nosotros.
- Intente transmitir, entre en contacto con la Flota.
- No podemos, interceptan nuestras señales.
- Lo imaginaba... Alerta Roja, señor Corin. Tendremos que luchar... Ahora veremos si esas misiones en el simulador nos sirvieron para algo.
- Capitán, recibimos una transmisión del Bounty.
- En Pantalla.

Andersson apareció ante todos ellos. Parecía seguro de sí mismo.

- Así que es usted, Forester... No esperaba que su admiración por Kirk le llevara a robar el Enterprise... No es bueno imitar las acciones de otros.
- ¿Seguro que no? A mí no me fue tan mal con el Kobayashi Maru.
- ¿El Kobayashi Maru?. Me dijeron que usted también superó esa prueba, eso significa que nunca se ha enfrentado a la muerte... Bueno, si me espera unos minutos yo mismo solucionaré esa pequeña laguna en su formación.
- Yo no estaría tan seguro. Soy capaz de destruir cualquier nave.
- Lo sé Forester, pero sigo teniendo en mi poder al Almirante y sus amigos... Y si está pensando en volver a utilizar los códigos para controlar mi nave, olvídelo. He anulado ese sistema. Andersson fuera.

- Bien, capitán, las cosas se ponen interesantes. Nuestra potencia de fuego es menor, no podemos usar los códigos para bajar los escudos del Bounty y tampoco podemos destruirlo. Va a ser una batalla histórica.
- Admiro su optimismo, doctor.
- Se llama sarcasmo, Sturek.
- Sea como sea, les costará vencernos. El Enterprise jamás se ha retirado sin presentar batalla... Señor Brady, desvíe toda la energía disponible a los sistemas de armamento, incluida la de emergencia... Corin, muéstreme en pantalla un diagrama táctico.
- ¿Sabe, Forester?, Jim habría hecho lo mismo.
- En ese caso aún tenemos una oportunidad de ganar. Doctor, será mejor que vaya a la enfermería, espero bajas en esta batalla.
- H.M.S Bounty a cien mil kilómetros y aproximándose, capitán. Estaremos a su alcance dentro de dos minutos.
- Bueno... Tripulación, esta es nuestra primera batalla con fuego real. Sólo espero que no sea la última. En cualquier caso, quiero que sepan que ha sido un placer volar con ustedes... Capitán Uhura, es para todos nosotros un honor tenerla a nuestro lado.
- Gracias, Capitán, en cuanto volvamos a casa Scott y yo les invitaremos a todos ustedes a una buena cena.
- Distancia de Fuego, señor.
- ¡Apunten al casco secundario!. Intenten destruir el control gravitacional.

Los fásers del Enterprise dejaron una estela roja como el fuego mientras se aproximaban al cuerpo secundario del Bounty, y desaparecieron contra sus escudos con un tenue resplandor verde. Casi al mismo tiempo, los disparos del Bounty hicieron que todo el Enterprise se estremeciera.

- No conseguiremos traspasar sus escudos así... Preparen torpedos de fotón.
- Sólo tenemos cinco, señor.
- Lo sé, pero no creo que nos dejen disparar más de dos... ¡Fuego!.

Dos puntos rojos volaron, otra vez buscando la sala de máquinas del Bounty. Esta vez el destello verde fue más potente, y por un momento pareció que Andersson no respondería...

- Tienen torpedos de fotón... Parece que después de todo esto va a ser divertido. Apunten al casco principal del Enterprise y disparen. Fuego combinado de fásers y torpedos a mi señal... ¡Fuego!

Las dos primeras ráfagas fueron fácilmente rechazadas por los escudos del Enterprise, pero no pudieron recuperarse, y el primer torpedo atravesó limpiamente el casco de abajo arriba.

- ¡Informe de daños, señor Brady!.
- Hemos perdido los escudos inferiores de proa. Sin soporte vital en la cubierta doce. Los motores funcionan a un cuarenta por ciento de su rendimiento óptimo.
- ¡Viene otro torpedo!

Toda la nave pareció dar un salto hacia delante cuando el torpedo, tras pasar entre las barquillas WARP, impactó de lleno en la parte posterior del disco.

- ¡Capitán, los motores de impulso han sido destruídos!. ¡Estamos paralizados!.
- Sturek, qué posibilidades tenemos.
- No podemos movernos, aún nos quedan tres torpedos de fotón, pero con ellos no lograremos atravesar los escudos del Bounty... Es un Jaque Mate, Capitán.

El Bounty se alejó momentáneamente del Enterprise, preparándose para el asalto final. En el puente de mando secundario, Spock, Kirk y Scott trabajaban contra reloj.

- Necesito que conecte ese cable, Almirante.
- Hecho, Scotty. ¿Conseguiremos algo?.
- Si mi teoría es correcta, conseguiremos que la nave pase automáticamente a alerta amarilla y bloquee el sistema. Así el Bounty podrá mantener los escudos, pero será incapaz de disparar.
- Señor Scott, estamos en vector de ataque. Le sugiero que se dé prisa.
- ¡Listo!.

Las luces de emergencia cambiaron, la iluminación cambió a normal.... Y el capitán Andersson tuvo un repentino ataque de furia.

- ¿Qué pasa aquí?.
- Estamos en Alerta Amarilla, Capitán.
- Disparen al Enterprise.
- No podemos, señor. Los sistemas de armamento se han desconectado automáticamente. Sólo tenemos los escudos.
- ¡Pasen a Alerta Roja!.
- El sistema de control está bloqueado. No podemos.
- Maldito seas, Kirk... Pero no podrás salvar a tu nave... Timonel, ponga proa hacia el Enterprise. Los embestiremos. Máxima energía a los escudos. Todos prevenidos. ¡Preparados para el impacto!.




Mientras, en el Enterprise...

- ¿Por qué no nos disparan?.
- Los sensores indican que no pueden. Han pasado a Alerta Amarilla.
- ¿Cómo es posible?.
- Ha sido Scotty.
- ¿Cómo dice, Uhura?.
- Seguro que ha sido él. No se puede encerrar al Scotty, Spock y al Almirante. Tarde o temprano se escaparán... Estoy segura de que Scotty ha saboteado de alguna forma los sistemas.
- Si así es, nos han salvado la vida.
- Capitán, el Bounty ha transferido toda la energía a los escudos... Mantienen el rumbo--- ¡Pretenden embestirnos!.
- Necesitamos bajar sus escudos. Si no lo hacemos, nos partirán en dos.
- Capitán.
- ¿Alguna idea, Uhura?.
- Es posible que el sabotaje de Scotty también haya habilitado de nuevo los códigos de control.
- Es altamente improbable, capitán. El sistema de control es el más seguro de una nave. Su sabotaje es imposible.
- ¿Cómo ha dicho, Sturek?.
- El señor Scott no ha podido alterar esos circuitos. La nave habría Estallado.
- ¡Eso es, Sturek!
- ¿Señor?.
- ¡Busque los códigos del Bounty! ¡Deprisa!. Si Scott no ha podido alcanzar ese circuito, tampoco lo habrá podido hacer Andersson.

Las manos de Sturek volaron sobre el teclado, buscando la ficha técnica del Bounty.

- Treinta segundos para el impacto, señor... Veinticinco.
- Introduciendo los códigos.
- ¡Baje los escudos del Bounty!
- ... Veinte segundos.
- Escudos bajados, señor.
- Apunte a la sala de máquinas, señor Corin. Descargue todos los bancos de fásers. Quiero que deje a la nave sin energía... pero sin destruirla.
- Sí, señor.
- Señor Brady, encuentre al Almirante Kirk y los demás y transpórtelos a bordo.
- ¡El Bounty cambia de rumbo, señor. Se han dado cuenta de que no tiene escudos e intenta escapar.
- ¡Fuego, señor Corin!.
- ¡Torpedos fuera!.... ¡Impacto!.

Una explosión enrojeció el casco del Bounty... luego, todas las luces de la nave se apagaron. El Bounty había sido derrotado.

- Rayo tractor... no debemos perderla.
- Tenemos al Almirante Kirk, capitán. Los señores Scott y el Embajador también han subido a bordo.
- Gracias, señor Brady.
- Capitán. Recibo una transmisión del capitán Andersson.
- En pantalla.

Andersson parecía al borde de las lágrimas. No parecía estar herido físicamente, pero jamás recuperaría su orgullo.

- Nuestro reactor de materia – antimateria ha sido destruido. La nave ha quedado a la deriva. Sólo funcionan los sistemas de apoyo vital gracias a la reserva de energía. Calculamos un funcionamiento óptimo durante tres horas más... Capitán Forester, ofrecemos nuestra rendición incondicional.
- Rendición aceptada, capitán Andersson. Usted y su tripulación permanecerán en su nave. Nuestro motores WARP aún funcionan, así que les llevaremos al Cuartel General de la Flota Estelar, donde solicitaré que sea sometido a un consejo de Guerra... Forester Fuera.

- Muy bien, capitán. Yo mismo no lo hubiera dicho mejor.
- Almirante Kirk... Lo siento, pero temo que esta vez si que he arañado un poco la pintura.
- Bueno... Nadie es Perfecto.


FIN

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